Hubo un compromiso. Un trato entre caballeros que resulta ser lógicamente perfecto dirigiendo sus esfuerzos a los fines menos desgastantes de la moral del alma cristiana.
No tenía sentido seguir con lo mismo de siempre; rezar para perdir perdón. La música lo redentaría. El cantante de taberna y su guitarra, su canción, su corazón, su poesía, su vuelo -todo se resume a respirar-. El amor va más allá de dos personas que no se hablan; existe en esa mirada de los ojos, en el escalofrío de los corazones. Ya era de noche, la luna cubierta, los ojos ciegos bien abiertos. Era un mensaje que nos llegaba de algún sistema cósmico que va más allá de lo que se puede ver.
Y aquí acaba nuestra historia. Justo, donde todo volverá a empezar.
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