El sonido de la puerta sacudió la habitación. Algo había entrado escondido. No se veía nada, no había nada. ¿Dónde se ocultaba? No lo sabía. No lo supo jamás. Todo el peso del destino. El corazón le látía infernalmente y lo delataba. La guadaña era el destino; era ineludible.
La muerte comenzó por las piernas y se deslizó por la barriga y por el corazón hasta llegar a la mente de la víctima.
Allí fue donde, silenciosamente, comenzó a retorcerlo y luego sacó su navaja y pasó a convocar esqueletos alieados que terminaron de envolver su cerebro, expirando por fin el último aliento de vida y se hunde en la muerte, abandonando a todos sus seres queridos.
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