domingo, 4 de marzo de 2007

Desolación y Muerte

Una vez, hace mucho tiempo, vivió en Neverland, un músico de alrededor de treinta años, gritaba igual que lo hubiera hecho una mujer muy gorda y muy fea. Salió a recorrer el mundo, cantando canciones de Sui Generis y leyendo "Un Mundo Feliz" hipeando en Palermo Cheto.
Luego de largo rato, se volvieron locos, cagaron a tiros a chetos, pseudohipies y demases y vivieron felices y comieron perdices.

2 comentarios:

oblitterator dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
oblitterator dijo...

Es interesante el concepto que maneja esto, me gustaría explayarme un poco más sobre la relación entre Neverland y las canciones de Sui Generis. O aún mejor, el "Mundo Feliz".

Estamos acostumbrados a ver Neverland como un lugar donde sucede lo imposible, donde los niños vuelan, juegan y nunca crecen.

Ahora... relacionándolo con "Un mundo feliz", podría decirse que es claro que este es un mundo donde los niños deciden perseverar (léase niños como adultos encerrados en los cuerpos de los infantes) para siempre en una cárcel invisible, donde sólo se aprecia el juego y la diversión, y donde la liberación real (que tiene siempre un gusto tan agridulce) se sacrifica en pos de una agonía eterna y dual. Y este fenómeno tiene dos caras: por un lado la cara hermosa, donde uno canta canciones de Sui Generis, confía en lo hermoso del mundo, va a Palermo Cheto, etc.; por el otro lado, no se dedica a trabajar por uno mismo, a progresar, y desencadena en un frenesí total, culpa de la irradiante nostalgia en uno mismo, de esa inutilidad acarreada luego de treinta años, cuando el niño-hombre se da cuenta que no llegó a ninguna parte. Sigue en el mismo lugar.

El asesinato, claramente, es una de las reacciones más frecuentes en este tipo de casos. La pregunta es, en todo caso: este asesinato vale consideraro como algo real, tangible, o es tan sólo un simbolismo del boycot, del canibalismo de uno mismo al llegar a la conclusión de que ese "Mundo feliz" que le fue inculcado a uno a través de los años por los que "tienen el poder", los que manejan los hilos de la marioneta universal, no es más, en el fondo, que una balsa de telarañas y que ya, hoy en día -alienación postmodernista de por medio- quedan solo dos salidas: someterse a la rutina, es decir, a lo que "ellos" quieren o disfrutar de la felicidad, que en este mundo, sólo puede beberse de la botella de la locura.

Espléndido.